Jicaltepec
Por la tarde hemos recorrido un poco el lugar. Visitamos Nautla y me atreví a visitar Xicaltepec o Jicaltepec, pequeño pueblito a la orilla del río. La carretera parte desde Nautla y es un hermoso camino en un día soleado. No recuerdo jamás haber transitado por este camino.
No entiendo por que el cambio de nombre, cuando vivía por estos rumbos los letreros lo escribían con “J” y ahora me lo encuentro con “X”. Me sorprendió ver que había una carretera hacía ella.
He de haber visitado este pequeño pueblito 1 o 2 veces. Solo que yo recuerdo que para visitarlo cruzábamos en lancha desde San Rafael. Si algún pueblito debiera ser mágico sería este. Sus casas de teja roja son preciosas. Pero todo esto ha caído en el abandono. Lucen puertas cerradas y ventanas abiertas. Sus buhardillas oscuras denuncian la soledad.
Ya no está la gente que las habitaba y son muy pocas las familias que habitan. Dos siglos de historia duermen aquí.
Por casualidad visitamos el cementerio. Fue fascinante recorrer sus tumbas. Tratar de encontrar nombres y conocidos. Algunas tumbas era extremadamente antiguas. Había una de 1860, que seguramente fue de algún primer habitante de estos lares. De los que llegaron en 1833. Varias de ellas en la parte más antigua han perdido ya sus palabras y no se puede ver de quién son. Sobre alguna de ellas descansa un florero formado por una jarra de porcelana, extraída tal vez de alguna antigua vajilla europea.
En medio de ellas una gran mata de chaca se incendiaba. Era algo extraño ver ese gran árbol con un gran hueco en lo alto de ella despidiendo calor y crepitando. La tarde era extraña y oscura. Tan solo un solitario viejito fiel a su diaria visita hecha a su esposa fallecida se encontraba en el lugar.
Algunas lapidas con sus textos en francés evidenciaban que aún lejos de su tierra nunca renunciaron a olvidar su hogar. Las historias perdidas que había en este cementerio eran muchas, aunque algunas de ellas se han recuperado.
Mi mamá me explicó que íbamos en lancha por que San Rafael estaba en la orilla contraria del río y que esta carretera siempre había existido.
Esa noche me costó trabajo conciliar el sueño. No he podido dejar de pensar en las historias perdidas. Me prometí visitar mañana la tumba del abuelo y bisabuelo en Mentidero.
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